Pasé
varias horas probando las distintas posibilidades, desde empujar una gran masa de
viento contra la puerta hasta intentar destruirla con torbellinos. Pero todo
era inútil, tanto porque yo me debilitaba con facilidad como porque la puerta
parecía anular la energía eólica que se lanzaba contra ella.
—Para —dijo la voz del clérigo detrás de mí cuando
estaba intentando probar una idea—. Debes descansar de vez en cuando, si te
torturas tanto podrías sufrir mucho, tanto mental como físicamente.
—Tienes razón, pero necesito ser más fuerte —dije desesperado.
—Tú eres fuerte, Rasaal. Solo tienes que
buscar en tu interior.
Tras
esto, me lanzó una especie de pájaro asado y se marchó diciendo:
—Antes de la primera llamarada, eres
polluelo; después, eres un dragón.
No
entendí sus palabras, y las anteriores tampoco. Pero las deseché de mi mente y
me dispuse a comer. El ave sabía a pollo, aunque dicen que todos los sabores
que no has probado saben a eso y tal vez por eso supiera así, aunque tenía un
ligero regusto a miel.
Cuando
terminé de engullir lo que me dieron me di cuenta de algo. Tal vez los dibujos
me dieran alguna información para abrir la puerta.
Me
dirigí al portón y observé detenidamente los dibujos. En uno había una mujer
sosteniendo a un pequeño pájaro. En la siguiente el ave era más grande, pero la
mujer aún lo sostenía. Y en la tercera y última aparecía la imagen de un fénix volando
y luchando contra una gran serpiente.
No
entendía los grabados, aunque en la última seguramente la serpiente eran los
males que me acosaban, y el fénix era yo.