Saludos

Saludos a los valientes que aquí os adentrais. Vereis varias historias escritas por nosotros, los jinetes. Algunas mas largas, otras con menos contenido por el momento, pero todas igual de apasionantes.
Os aseguro que lo pasareis bien disfrutando de la lectura.
Un saludo.

Los Tres Jinetes

domingo, 16 de septiembre de 2012

Istaariano-Jinetes del viento (Parte 11)



No recordaba el enfrentamiento con mi hermano, pero al recordarlo caí en la cuenta de cómo sabía que mis padres estaban encerrados, ¡los había encerrado él! Claro, de que otra forma si no podría haber hablado con ellos.
   —Debo… ir…—me di cuenta de lo mucho que me costaba hablar, era como si el aire fuera muy denso—, a la… cueva de las ánimas—esto último lo dije perfectamente, pues me había acostumbrado al aire.
Una extraña sensación, como si todo vibrara dentro de mí, me recorrió todo el cuerpo, pues, aunque no me había dado cuenta, estaba solo en la habitación. Entonces, ¿quién, si no había sido Ruxio, me había despertado?
Me incorporé sobre la cama y grité:
   — ¡Ruxio! ¡Ilika!
Nadie me contestó, era como si la casa estuviera desierta. Abandoné la estancia sin apenas percatarme de lo que ocurría a mi alrededor, pues un montón de formas extrañas me seguían a donde quisiera que fuera.
Recorrí toda la casa de una punta a la otra, entrando en salas imposibles según la física de la Tierra. Una de ellas tenía una forma totalmente esférica,  la gravedad se encontraban en las paredes. Los muebles eran independientes de la gravedad y estaban flotando por todos lados, y un líquido viscoso y de un extraño color morado me rodeaba por todos lados.
A pesar de haber recorrido todos los rincones, al menos visibles, no encontré a nadie. Por lo que me pregunté quién había hablado al despertarme.
Una extraña visión sacudió mi mente repentinamente, me vi a mi mismo, o al menos pensé que era yo, siendo acunado por la mujer que en mi sueño dijo ser mi madre. Pero alguien rompía la paz en la que nos encontrábamos, agarrándome y diciendo:
   —Tranquila, Maaxela. Tu hijo volverá para liberarte, y nadie le podrá detener.
   —Gracias—contestó ella—, amor mío.
De repente comprendí lo que pasaba, aquel hombre de pelo plateado me iba a llevar a la Tierra. Comprendiendo algo aún más grande susurré:
   —Padre… Madre…—esto lo dije pensando en las personas que acaba de ver—. ¡Papá…! ¡Mamá…!—esto lo realmente lo grité hablando de las personas que me habían criado

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