Me comprometí a escribir cada día pero no siempre se tiene esa inspiración, así que cuando me
siento en la única silla de mi cuarto, frente al folio en blanco y junto a
todos mis libros, nada me llama la atención para escribir sobre ello. Me quedo
unos minutos mirando hacia afuera por la ventana, apoyando mi cabeza entre mis
manos entrelazadas, esperando a algo que me ayude en este pobre intento de
escritura, pero nada, mi mente sigue igual que el papel, en blanco. Un gran
escritor dijo que para escribir, tan solo dos cosas eran necesarias: Tener algo
que decir, y decirlo. Pero yo me pregunto ¿Y si no tengo nada que decir? ¿Y si
lo tengo pero no sé cómo decirlo…? ¿Entonces… aún esas preguntas, podré
escribir algo? Todo aquello me vino a la mente como una espesa niebla que
cubría por completo mi imaginación y con ella, los argumentos con los cuales trabajo.
Recuesto mi cabeza en el pupitre y cierro los ojos durante unos segundos.
Al abrirlos
me levanto de esa comodísima silla y cruzando el pasillo de madera llego a la
habitación de mi hermana. Echo un vistazo rápido por el pequeño cuarto, pero no
le encuentro por ningún lado así que levanto la mirada y la veo tumbada en su
cama, tapada por completo con mantas azules aún con el calor que hace y absorta
totalmente en la música que escucha.
—Tata, ¿me
ayudas? –le pregunto mientras ella deja los auriculares a su lado.
—¿A qué si
puede saberse?
—Es que no
sé qué escribir y necesito algo para mañana… Ayúdame va. —Pone los ojos en
blanco y se coloca de nuevo los auriculares. Al ver que no me he movido y le
miro con cierta impaciencia dice con una sonrisa:
—Cuando te
vayas cierra la puerta. Gracias. —Y tras decirlo se gira dándome la espalda.
—Ooooook.
Bye.
Qué remedio…Después
me vuelvo a mi habitación observando cada objeto que pasa por mi lado para ver
si algo puede ayudarme a crear alguna historia, pequeña aunque sea: un espejo,
mi puerta, quién sabe qué, el armario de cada día… Espera. Retrocedo unos pasos
y me encuentro con algo que jamás había visto.
Algo
sobresale de la pared. Parece un manto, un trozo de tela casi transparente de
un bonito color violeta que ondea con un extraño viento inexistente. <<¿Qué
coño es eso?>> Pienso. Me quedo mirando atentamente, observando cómo
danza en el aire frente a mí. Mientras me acerco al misterioso objeto miro a mi
alrededor para asegurarme de que nadie más está allí: mi madre se ha pasado
toda la mañana en la cocina al otro lado de la casa y mi hermana sigue con la
puerta cerrada, así que intento atraparlo con los dedos, pero en cuanto mi piel
entra en contacto con aquello, una luz cubre toda la estancia dejándome ciega
unos segundos.
Abro los
ojos lentamente y lo que veo no tiene ninguna explicación. Me encuentro en un
campo del más puro verde, de hierba completamente cortada a la misma altura y en
el cual tan solo unas flores rojas se oponen a esa monotonía de color. A lo
lejos, dos hombres armados se dirigen hacia mí montando elegantes caballos
negros. Uno es mayor que otro, de eso estoy segura, pero no sé quién pueden
ser. Al estar a mi lado ninguno me dice nada, tan solo el mayor me ofrece una
espada mientras dice:
—Bienvenida
a Léhon, Jinete. Te estábamos esperando…
jajajaaja otro buen relato, me van a dejar mal ustedes dos. Muy bueno, una prosa muy fluída que atrapa desde el inicio. Muy buen uso de los guiones. No sé qué más decir, lo mismo que a Ista, muy muy bueno y te deja con ganas de más. Espero que la continuación no se tarde.
ResponderEliminarPD: Cuando veas a tu hermano dile de mi parte: polluela, ya te vamos a agarrar en el nido.
Me gusto ese arranque! Y muy bien las puntuaciones, ritmo y demás.
ResponderEliminarVoy a ir leyéndolos en la medida que tenga tiempo.
Saludos!